En Venezuela la
agresión se ha incrementado de forma exponencial en los últimos años como motivo de consulta psicológica en la población
infanto-juvenil. Al respecto, cabe preguntarse si es que los niños de esta
generación son intrínsecamente más agresivos que los de hace una década o, más
bien, si sus conductas son producto de un engranaje de circunstancias
sociopolíticas que terminan abriendo camino para que la agresión sirva como vía
de comunicación legítima.
Si bien es cierto
que la agresión es parte de la naturaleza humana, la forma de expresarla
depende, entre otras cosas, de lo que se observa, de las circunstancias a las
que la persona se ve sometida y de los controles internos y externos de los que
se puede echar mano. El hogar, la escuela y la sociedad en general son los
entes reguladores para estructurar las normas que sancionan los actos
violentos; pero vemos como cada día el desinterés por el otro, la sensación de
indefensión y la necesidad de tomar la “justicia por nuestras propias manos” es
lo que termina prevaleciendo, no solo en los niños y jóvenes, sino también en
los adultos que forman parte de su entorno.
En una
investigación reciente efectuada por psicólogos de la UCAB se halló que de un
total de 80 niños, entre 6 y 12 años, solo 3 de ellos no ofrecieron signos de
clara agresión dentro de una prueba que se usó para medir tales indicadores.
Creemos que la respuesta de uno de estos niños expresa la idea de forma elocuente:
“El gigante no quiere dejar de ser malo,
quiere seguir maltratando a la gente, golpeándola hasta matarla. Se siente
molesto porque él es muy malo y así
es. Hay muchas personas que son malas y
él sacó eso de su familia. Es malo, mata
gente, las golpea hasta que mueren porque así se lo enseñaron. Porque su papá
es muy malo y por eso se lo enseñó a él”.
A partir de lo
dicho, conviene enfatizar algunas circunstancias sociales que facilitarían la
expresión frecuente y desmedida de la agresión: por ejemplo, la ruptura
de las reglas de juego como consecuencia de la ineptitud de las autoridades
encargadas de velar por ellas; en algunos casos, la falta de vigencia de estas
mismas normas que organizan la vida social; la inversión del sentido de las
instituciones sociales que parecen perseguir lo contrario a lo que enuncian; la
incertidumbre y desconfianza frente a todo; y, de forma lamentable, la tendencia
a fomentar una percepción distorsionada, o francamente falsa, de la realidad.
Pese al panorama oscuro, no
olvidemos que estas circunstancias muy duras pudieran exigirnos dar lo mejor de
nosotros y revertir el panorama. Ello define de manera clara la responsabilidad de
todos quienes trabajamos o compartimos con niños y jóvenes para acompañarlos hacia
la búsqueda de los valores superiores, aunque sepamos que el recorrido pudiera atravesar
nuevas incertidumbres.
http://upla.org.ve/ upla.proyectos@gmail.com @UPLAucab
Publicado en el Diario 2001, sábado 17 de octubre de
2015.
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