“Me
quitaron el chocolate”, me dijo María Matilde cuando la pusieron a dieta al
inicio de su primer tratamiento contra esa enfermedad que se lleva a seres
humanos sin distinción de edad, sexo, país, etnia y religión. Ese mal que no
queremos nombrar, y que esperamos que la ciencia erradique.
En
el Parque Social UCAB, María Matilde Zubillaga Gabaldón, después de almuerzo,
sacaba una tableta de chocolate y la repartía como hacía Jesús con los panes, o
como hacen los curas con las hostias para los comulgantes. Pero ella no solo
compartía su apreciado manjar sino también su amor y entrega en el trabajo. Fue
criada en una familia donde le inculcaron con el ejemplo valores como el
compromiso, la honradez y la vocación de servicio público. Se graduó de
socióloga en la UCAB en 1984, mención Cum Laude. Mientras estudiaba, se integró
al Teatro de la universidad, sobre el que hizo testimonios públicos de
agradecimiento por su contribución a su
formación personal. Fue en el Teatro UCAB donde conoció a su esposo Agustín
García. Al casarse, se radicaron muchos años en Mérida donde ella trabajó en el área de Pastoral Social y
siguió vinculada al teatro.
Aunque
en mi cabeza rondan desde el día de su entierro las palabras que debía
escribir, y aunque sea su bello y angelical rostro el que me aparece cuando la
recuerdo, no es fácil escribir sobre un ser que ha dejado tantos lazos y raíces
en todos los lugares donde ha andado porque hay muchísimo que decir. En la
creación del Centro de Salud Santa Inés, en la fundación de la Asociación de
Egresados de la UCAB y en las bases fundacionales de Avessoc, que son los
lugares donde la vida nos unió en una sólida amistad. No ha habido una
entrevista en la que los fundadores del Centro de Salud Santa Inés no la
nombren como ejemplo y digan que su huella fue vital para que Santa Inés se
convirtiera en lo que es hoy en día.
Perfeccionista
Pero no crean que
todo era paz y amor con María Matilde. Particularmente, peleaba con ella porque
era eso que en criollo llaman “cri cri”, defecto que esta que escribe comparte.
“Mafer: ¿anotaste que el 20 del día tal, del mes tal, comeremos juntas?; por
favor que no se te olvide”. O si iba a cubrir un evento ya súper pautado,
pasaba lista y llamaba a verificar la asistencia. Y yo le respondía que no se
preocupara, que teníamos más de 15 años trabajando juntas y que sabía que yo no
le iba a fallar. Pero así era María Matilde. Todo en ella era puntual y casi
perfecto. Se había especializado en Recursos
Humanos y Eficacia Organizacional en la Universidad
Complutense de Madrid en los noventa, y en Cooperación para el Desarrollo Sostenible en la Universidad
Pontificia Comillas entre el 2004 y 2005.
Este
reciente diciembre, me pidió que la acompañara a visitar al padre Rafael
Baquedano los primeros días de enero porque él había estado muy enfermo. Aún
con dolores y tan delgada como la modelo inglesa Twiggy, con un corte a lo Mia
Farrow, Mari o Tilde, se preocupaba por los otros. Preguntaba por sus amigos de
Administración, las enfermeras, y los médicos de Santa Inés; por las hermanas
de Avessoc y por los jesuitas amigos. Todo le inquietaba, todo lo preguntaba
cuando iba a verla. Fue emocionante saber que también en diciembre iba a
celebrar su 28 aniversario de bodas con Agustín en Galipán y que ella había
hecho la planificación por Internet, que si Miguel tenía novia, que si Santiago
tocaba saxo, que si era asistente de Gustavo Peña en psicología. Estaba muy orgullosa de sus dos hijos. Creo
que no se imaginaba que la muerte se le iba a adelantar, sin tener modales
finos como ella, para preguntarle si era el tiempo apropiado para partir. María
Matilde era una mujer de fe sincera, en ella todo era diáfano, y siempre tuvo
la esperanza de que iba a vencer el cáncer para seguir con Agustín, ver los
futuros logros de sus hijos Santiago y Miguel; acompañar a sus padres,
hermanas, sobrinos, ahijadas, tías, primas y a sus compañeros de labores donde
tenía expectativas de fortalecer la Pastoral de salud. El 8 de enero, en su
sepelio nadie se quería ir, ninguna persona presente quería dejarla. Después de
una hermosa misa dada por los jesuitas Virtuoso, Baquedano y Ugalde en el
velatorio y las palabras del padre Virtuoso en el camposanto, hubo largos
silencios y canciones que entonaron los compañeros de Miguel, del colegio San
Ignacio.
María
Matilde quedó junto a la tumba de su abuelo querido, el ilustre médico Arnoldo
Gabaldón, sanitarista venezolano, que acabó con la malaria en el país.
Mientras, su familia cercana aguantaba el dolor de tan valiosa pérdida y
regresaban junto a los amigos del teatro y compañeros de trabajos, tristes, sin
poder hacer nada. Definitivamente que a un ser tan integral, tan completo como
María Matilde, se lo llevó Dios para tener a una mujer inteligente y sensible
en su gabinete, pues lo que es este mundo está con los pies en la cabeza.
María Fernanda Mujica Ricardo
9 de enero de 2015
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