martes, 13 de enero de 2015

Fuerte, creadora y espiritual era María Matilde



“Me quitaron el chocolate”, me dijo María Matilde cuando la pusieron a dieta al inicio de su primer tratamiento contra esa enfermedad que se lleva a seres humanos sin distinción de edad, sexo, país, etnia y religión. Ese mal que no queremos nombrar, y que esperamos que la ciencia erradique.

En el Parque Social UCAB, María Matilde Zubillaga Gabaldón, después de almuerzo, sacaba una tableta de chocolate y la repartía como hacía Jesús con los panes, o como hacen los curas con las hostias para los comulgantes. Pero ella no solo compartía su apreciado manjar sino también su amor y entrega en el trabajo. Fue criada en una familia donde le inculcaron con el ejemplo valores como el compromiso, la honradez y la vocación de servicio público. Se graduó de socióloga en la UCAB en 1984, mención Cum Laude. Mientras estudiaba, se integró al Teatro de la universidad, sobre el que hizo testimonios públicos de agradecimiento por  su contribución a su formación personal. Fue en el Teatro UCAB donde conoció a su esposo Agustín García. Al casarse, se radicaron muchos años en Mérida donde ella  trabajó en el área de Pastoral Social y siguió vinculada al teatro. 


Aunque en mi cabeza rondan desde el día de su entierro las palabras que debía escribir, y aunque sea su bello y angelical rostro el que me aparece cuando la recuerdo, no es fácil escribir sobre un ser que ha dejado tantos lazos y raíces en todos los lugares donde ha andado porque hay muchísimo que decir. En la creación del Centro de Salud Santa Inés, en la fundación de la Asociación de Egresados de la UCAB y en las bases fundacionales de Avessoc, que son los lugares donde la vida nos unió en una sólida amistad. No ha habido una entrevista en la que los fundadores del Centro de Salud Santa Inés no la nombren como ejemplo y digan que su huella fue vital para que Santa Inés se convirtiera en lo que es hoy en día.


Perfeccionista
Pero no crean que todo era paz y amor con María Matilde. Particularmente, peleaba con ella porque era eso que en criollo llaman “cri cri”, defecto que esta que escribe comparte. “Mafer: ¿anotaste que el 20 del día tal, del mes tal, comeremos juntas?; por favor que no se te olvide”. O si iba a cubrir un evento ya súper pautado, pasaba lista y llamaba a verificar la asistencia. Y yo le respondía que no se preocupara, que teníamos más de 15 años trabajando juntas y que sabía que yo no le iba a fallar. Pero así era María Matilde. Todo en ella era puntual y casi perfecto. Se había especializado en Recursos Humanos y Eficacia Organizacional en la  Universidad Complutense de Madrid en los noventa, y en Cooperación para el Desarrollo Sostenible en la Universidad Pontificia Comillas entre el 2004 y 2005.


Este reciente diciembre, me pidió que la acompañara a visitar al padre Rafael Baquedano los primeros días de enero porque él había estado muy enfermo. Aún con dolores y tan delgada como la modelo inglesa Twiggy, con un corte a lo Mia Farrow, Mari o Tilde, se preocupaba por los otros. Preguntaba por sus amigos de Administración, las enfermeras, y los médicos de Santa Inés; por las hermanas de Avessoc y por los jesuitas amigos. Todo le inquietaba, todo lo preguntaba cuando iba a verla. Fue emocionante saber que también en diciembre iba a celebrar su 28 aniversario de bodas con Agustín en Galipán y que ella había hecho la planificación por Internet, que si Miguel tenía novia, que si Santiago tocaba saxo, que si era asistente de Gustavo Peña en psicología.  Estaba muy orgullosa de sus dos hijos. Creo que no se imaginaba que la muerte se le iba a adelantar, sin tener modales finos como ella, para preguntarle si era el tiempo apropiado para partir. María Matilde era una mujer de fe sincera, en ella todo era diáfano, y siempre tuvo la esperanza de que iba a vencer el cáncer para seguir con Agustín, ver los futuros logros de sus hijos Santiago y Miguel; acompañar a sus padres, hermanas, sobrinos, ahijadas, tías, primas y a sus compañeros de labores donde tenía expectativas de fortalecer la Pastoral de salud. El 8 de enero, en su sepelio nadie se quería ir, ninguna persona presente quería dejarla. Después de una hermosa misa dada por los jesuitas Virtuoso, Baquedano y Ugalde en el velatorio y las palabras del padre Virtuoso en el camposanto, hubo largos silencios y canciones que entonaron los compañeros de Miguel, del colegio San Ignacio.


María Matilde quedó junto a la tumba de su abuelo querido, el ilustre médico Arnoldo Gabaldón, sanitarista venezolano, que acabó con la malaria en el país. Mientras, su familia cercana aguantaba el dolor de tan valiosa pérdida y regresaban junto a los amigos del teatro y compañeros de trabajos, tristes, sin poder hacer nada. Definitivamente que a un ser tan integral, tan completo como María Matilde, se lo llevó Dios para tener a una mujer inteligente y sensible en su gabinete, pues lo que es este mundo está con los pies en la cabeza.

                                                                       María Fernanda Mujica Ricardo
9 de enero de 2015



No hay comentarios: